Es más fácil encontrar una bola de nieve en el desierto del Sahara que pedirle una foto en color a Juan Taboada y no perder inmediatamente la esperanza de que llegue algún día al correo electrónico.
Si se huele la tostada de que es para ilustrar un artículo, más le valdría al escribidor llamar a un buen caricaturista y urgirle el encargo.
Por eso, el retrato en blanco y negro de Juan viene a ser la metáfora de esa clase de tipos humanos a quienes les gusta militar por puro convencimiento en las trincheras de la modestia.
Ni siquiera los discos de platino que atesora a montones, ni la retahíla de galardones con que ha venido siendo reconocido, ni el premio mundial que le entregó Hillary Clinton por el tratamiento prestado a la música tradicional de esta tierra, que empaquetó en su magna trilogía Asturias de mis amores, son capaces de hacer perder a este productor de todos los músicos y de toda la música su connatural nobleza y su blindado espíritu de colaboración, sin pedir recompensa alguna ni esperar nada a cambio, sólo por el placer de hacerlo y de hacerlo con dignidad, y lejos de los altares donde se rinde boato a los egos descontrolados y a los protagonismos absurdos.
Quien se mereció el aplauso unánime de la concurrencia, ya ven, se marchaba radiante del teatro felicitando a chorros a los demás. Esta lección de vida y de humildad sólo cabe en personalidades grandes y desinteresadas como las de Juan Taboada, a quien tuvimos que rogarle que dejara de movilizar a más artistas porque las proporciones del evento empezaban a tomar dimensiones de un tamaño tan gigantesco que ponían en jaque las limitaciones obvias de la comisión organizadora.
Su entusiasmo indomable, tan determinante en el resultado, nos encendió la alarma de los insomnios y la bombilla roja de las preocupaciones por el inevitable temor de no poder estar a la altura.
-Para ya, Juan, por favor, para. No llames a más artistas, no comprometas a más gente, no podremos hacerlo bien, le tuvimos que decir y que repetir y que suplicar…
Aunque siempre lo irá negando y persistirá en destacar los méritos ajenos que son de su exclusiva propiedad, sabemos de sobra que sin su complicidad admirable el Concierto por la Infancia no hubiera pasado de ser la loca utopía de unos pobres chiflados de Padrinos Asturianos.
Con todo, y por mucho que nos lo propongamos y lo deseemos, es imposible sentir más aprecio por este asturiano de Pontevedra que el que le profesa toda la música junta con un cariño arrollador, al unísono, sin ambages y sin fisuras, pero seguiremos intentando hasta el resuello ocupar un lugar de preferencia entre quienes más afecto le tienen en el podio sublime de la amistad.
El adeudo de generosidad que contraemos con este señor de la música, jamás podremos satisfacerlo de ningún modo, porque es inútil intentar abrir una falla en su casta de hombre de bien que vaya más allá de la gratitud debida o del abrazo sincero.
Sólo nos cabe, por tanto, el honor de poder decirle GRACIAS, con mayúsculas, y de cantarle a coro desde Padrinos Asturianos: Juan Taboada, te queremos.
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